Cuando el diablo enreda con las
leyes de la física
Ya
el primer párrafo de Las babas del diablo
daría para un extensísimo trabajo desde la perspectiva de la narratología,
sobre los puntos de vista del narrador y las diferentes voces a emplear en un relato.
Sin embargo, lo que me interesa de este principio, es su declaración cuántica,
porque en estas siete líneas que arrancan el cuento ya se presentan los
principales elementos de la narrativa cuántica: diferentes perspectivas que
conviven a la par en planos y mundos que se superponen. Y una persona que puede
ser, al mismo tiempo, una y varias, o todas y ninguna. Los many worlds cuánticos, las posibles alteraciones de una historia
que producen sus variaciones en otros planos de otras realidades.
Por
lo tanto, es necesario dictaminar con urgencia desde donde, desde qué lugar, nos
habla el narrador. He consultado algunos estudios sobre el relato antes de
afrontar mi propia interpretación, y me ha sorprendido la incapacidad de los
analistas para darse cuenta de lo obvio: el protagonista refiere toda su historia
una vez muerto, desde el interior de la foto que él mismo ha tomado. Y el
elemento determinante para alcanzar esta sencilla conclusión son las
referencias continuas a las nubes que pasan y que insistentemente contempla
discurrir sobre su cabeza.
En
un análisis algo chusco, se afirma infantilmente que el hombre ha muerto y está
en el cielo a causa de esas nubes que aparecen… Seamos serios: la visión de
esas nubes se produce porque el narrador ha mutado en el propio tiro de cámara —esta
dinámica de la mutación es uno de los elementos de la narrativa cuántica—, y su
visión es la del objetivo, el encuadre que vislumbra desde su posición
cadavérica: tumbado boca arriba en el suelo del parque. Y mientras contempla el
cielo, y los pájaros, cuenta la historia y la forma en que ha terminado así.
Por tanto, nos encontramos ante un narrador-Schrödinger,
tal que el gato cuántico, unas veces vivo y otras muerto, dependiendo del lugar
en donde incida nuestra mirada de lectores.
Porque
nuestra lectura resucita a Roberto Michel, de igual modo que la culminación del
relato termina por matarlo, por convertir su voz, que en principio podría
parecernos la de un ser vivo, en el discurso de un muerto, No en vano, el propio
narrador se califica como tal, afirma que está muerto pero a la vez vivo, por
lo que nos topamos con un narrador cuántico en toda la extensión de la palabra.
Y la observación del relato, al igual que la recolección de datos en el
experimento de la caja de Schrödinger, es la que hará que unas veces esté
muerto y otras vivo.
El
tiempo y el espacio del relato son el siguiente elemento cuántico de la
historia: se trata de una narración circular, al estilo de Continuidad en los parques, en donde los límites del principio y del
final se engarzan, formando un todo, un continuo sobre el cual podemos
depositarnos, igual dará el punto, dado que el tiempo que reproduce la historia
es eterno y con su final se regresa al principio. Se trata pues, de un espaciotiempo cuántico. Además, existen
una mezcla de tiempos en la narración, que permite diferentes líneas: el tiempo
del narrador, el tiempo de aquello que sucede en el interior de la fotografía,
el tiempo en el que el muerto nos relata lo sucedido y que viene marcado por
las nubes y los pájaros que pasan… Los bandazos temporales hacia adelante y
hacia atrás moldean el tiempo en un pasapresenturo
determinante.
Todo
este collage temporal trae un
conjunto de saltos en donde la concepción normal que poseemos de lo temporal se
quiebra en mil añicos. Se pasa, bruscamente, de una narración aparentemente
retrospectiva a unos sucesos que, según el protagonista, acaban de suceder, “casi
ahora mismo”, lo que nos hace pensar que su entrada en el interior de la
fotografía —y su posterior asesinato a manos del conductor del automóvil— son
algo inmediatamente anterior y, por ende, el relato está siendo emanado desde
el cadáver en el mismo instante de caer abatido. Y el asunto parece complicarse
cuando afirma: “uno baja cinco pisos y ya está en el domingo”, en referencia a
la forma en que el tiempo transcurre de una forma en una parte de su piso, y de
una manera diferente en otra, aunque lo que Cortazar quiere demostrarnos es la
capacidad de moverse a su antojo por las líneas temporales del relato y colocarse
donde quiere, un mes atrás, o mil veces en la mañana en que se tomó la foto.
Una
foto que cambia a causa de la alteración a la que la somete la mirada del
fotógrafo, que desencadena diferentes variantes de la historia en distintos
mundos, con tiempos y cadencias diferentes. Habrá una realidad en la que
Roberto Michel tome la foto y se marche a su casa, y que el joven sea seducido
y entregado por la mujer al hombre del coche, que termine por hacer con él lo
que guste. Pero en otras variaciones, el joven huye, o la mujer recrimina algo
al fotógrafo, y en muchas de ellas, mediante la actuación del protagonista, el
muchacho escapa a su funesto destino. La acción de Roberto es un efecto
mariposa que altera el continuo espacio-temporal y genera cientos de realidades
diferentes sobre el mismo tema, variantes cuánticas de espacio y tiempo con
desenlaces diferentes.
E
incluso, genera variantes dentro de la misma fotografía, una vez que Roberto
accede a su interior, alterando el tiempo de la foto con consecuencias
palpables: puede aparecer o no una hoja en una de las esquinas; cada acto de
Roberto Michel desencadena una variación de la historia.
Finalmente,
el protagonista, convertido en el propio tiro de cámara, se inserta en la foto
que ha colgado en su casa, y tras una nueva intervención que salva al muchacho
de caer en manos del corruptor de menores, se produce su asesinato a manos del
hombre del automóvil, entiendo que estrangulado. En otros planos temporales
sucederán otras cosas, pero en ese tiempo y momento fotográfico insertado en
otro tiempo mayor, que es el de la narración, Roberto Michel a muerto y su
cadáver permanece varias horas (de nuevo, el tiempo) tirado sobre el parque.
Incluso la lluvia cae sobre él.
El
relato aglutina diferentes elementos para quien quiera aproximarse a él desde
una perspectiva cuántica: el espaciotiempo,
la narración laberíntica, el cierre circular, los diferentes tiempos y líneas
temporales, el multiperspectivismo, y un
relato que se narra en un pasapresenturo
determinante. Además, presenta la fractalidad del mundo de la foto que
representará una parte exacta de otro mundo mayor, que será el de una de las
realidades en donde sucede toda la historia. Es un cuento caleidoscópico, con
desdoblamientos de los personajes en diferentes momentos (en la primera de las
realidades o en los interiores de la foto), que incluye una dinámica de la
mutación cuántica al convertir al protagonista en la propia cámara fotográfica,
o al menos sus ojos serán los encuadres de la Contax.
Valgan
estos apuntes como una forma de llevar a cabo un enfoque diferente del relato y
como un apunte del profundísimo análisis cuántico que de Las babas del diablo puede realizarse.