Relatos desde la ciudad enferma:
Zagreb o la alienación.
–Reseña publicada en Cuadernos del Ateneo de La Laguna. nº 33-
http://www.ateneodelalaguna.es/content/view/861/13/
Ivica
Prtenjača
Qué bien, qué bonito
(título original: Dobro je, lijepo je).
Baile del Sol Ediciones, colección DELESTE nº9, Tenerife 2012, 137 páginas.
Traducción del croata, prólogo y notas de Francisco Javier Juez Gálvez.
Si
entendemos el género de la autoficción
como el aglutinamiento de datos reales, biográficos e históricos, mezclados con
situaciones ficticias difícilmente identificables de las reales y donde, por la
vía abierta del suceso real, se cuela la literatura, la novela Qué bien, qué bonito (Zagreb, 2006) del
escritor croata Ivica Prtenjača (Rijeka, 1969), presenta una autoficción a la balcánica salpicada con
algunos elementos muy notables que la diferencian de otras novelas de su
generación: cierto optimismo irónico arrastrado en la narración y una toma de
distancia con respecto a los “grandes temas” relacionados con la caída del
sistema comunista, la terrible herencia bélica y la complejísima mutación para
alcanzar la democracia.
Autoficción minimalista
El
autor define así las intenciones de su novela:
“Mi novela será una introspección solitaria con un mínimo de
acontecimientos. En este mundo, donde todo cambia rápidamente y donde el
acontecimiento es la única realidad relevante, yo me tengo que refugiar en
algún sitio”.[1]
Esta
voluntad de refugio en el texto es lo que lleva a Prtenjača a
alejarse del modelo de otros narradores croatas del momento, dado que, adelgazando
la anécdota, reduciendo al mínimo los sucesos narrados, el autor despega de la
trama los sempiternos asuntos relacionados con la quiebra comunista o el
amargor bélico, a los que apenas dedica unas breves referencias o unas escasas
reflexiones. Quizás sea esta una manera de asentarse en la post-posmodernidad,
heredando de otras literaturas la forma autoficcional (según el modelo de
Sebald en Austerlitz –Múnich, 2001–,
por ejemplo), y la jibarización de la trama (al estilo de aquella novela experimental
española de los sesenta y setenta), una intención de llevar más allá la
producción novelística, en donde ya no basta con referirse a los grandes temas,
ahora toca dirigir la mirada hacia el interior, hacia uno mismo.[2]
Será esta
mirada del autor al interior del personaje protagonista, la que tizne de
elementos presuntamente autobiográficos a la obra, que reproduce el mundo de
Prtenjača como si lo volcara en un espejo. Las coincidencias se suceden: ambos
se llaman Ivica, ambos son poetas[3],
ambos han tenido diferentes trabajos[4],
ambos deben mudarse de Rijeka a Zagreb para encontrar una ocupación fija… un
sinfín de detalles que se van filtrando desde la realidad del autor a la
ficción de la obra con el objeto de crear un retrato urbano del desarraigo, la
apatía y la indiferencia.
La vida en
la gran ciudad de Zagreb presenta los aspectos de la alienación, sus gentes se
dejan mecer en una ola de apatía y superficialidad. Para mostrar ese desfile de
ciudadanos banales, nada mejor que realizar una cala en los clientes de la
librería en donde acaba de empezar a trabajar el protagonista. Por el local
pasaran, desde famosos de la vida cultural croata, hasta consumidores de libros
de autoayuda, en un maridaje que viene a demostrar lo utilitario de la cultura
de masas donde la burbuja de irrealidad del egoísmo de las rutinas –del trabajo
a casa, de casa al trabajo– desemboca en la incomunicación. Estas personas, en
su continuo tránsito por la librería:
“callan porque creen que han echado la vida a perder. Y que el buen nivel
de vida que tienen no es más que un mal sucedáneo de algo no vivido, pero
deseado”.[5]
En este
sentido, nada más arrancar la novela aparece un elemento simbólico cargado de
gran significado: el doguillo, un animal que es el reflejo de la vida moderna
urbana. El perro, “criatura estúpida”,
se limita a “devolver, eructar, y cuando
está dormido hasta ronca”[6].
Es una representación de la descomposición de la vida hedonista de los
ciudadanos de Zagreb, una muestra corpórea de una sociedad más atenta a sus
propios placeres físicos que a relacionarse con el resto de los individuos. Al
término de la obra, ahora en Rijeka, donde el protagonista se ha desplazado a
pasar un fin de semana, vuelve a aparecer el doguillo, con un comportamiento
ciertamente estúpido[7] que
sin embargo encandila a la gente: lo fútil e intrascendente de la vida
capitalina hipnotiza a los habitantes de provincias, que ven en el doguillo
algo divertido e, incluso, admirable. Con el animal se produce un cierre
circular o redundante de la obra donde el antihéroe Ivica constata que la
descomposición social se ha extendido por todo el país.
Dentro de
ese ámbito, pocas cosas suceden en la novela, que es una especie de ver pasar
la vida ajena (Ivica, en ese sentido, es un mirón que todo lo fiscaliza con su
sentido ácido y alucinado de la realidad). Fundamentalmente, el libro presenta
una historia de amor entre el protagonista y su vecina, Emilia, una mujer que
desarrolla ciertas características de Donna
della Salute, un estilo de Beatriz salvadora que rescata a Ivica del pavor
urbano en el que se ha sumergido.
“Es mi primer día en Zagreb y mi primer día en el nuevo trabajo. Tengo
treinta y cuatro años, por fin tengo trabajo. Venderé libros en una librería
que acaba de abrir, pero siempre me he considerado, por supuesto, escritor”.[8]
Así se
presenta el futuro narrativo de Ivica, arrojado a la deriva de la gran ciudad
que lo enferma como si se tratase de un escritor modernista aquejado del
llamado mal de siecle. En ese
sentido, hay un paralelismo con el deambular de Ivica por Zagreb[9]
y la
desesperación frente a los escaparates del gemelo literario de José Asunción
Silva, el José Fernández protagonista de la novela De Sobremesa (Bogotá, 1925) y que vaga angustiado por París y
Londres buscando la redención en la idealizada imagen de una mujer retratada en
un cuadro. Ambos, Ivica y Fernández, están heridos de ciudad, de modernidad, y
necesitan de esa figura femenina sanadora, que elevan a los altares, como forma
de superar el espanto del cambio de siglo. Ya sea del XIX al XX, o del XX al
XXI, el resultado es el mismo: son Dantes rescatados por sus Beatrices, y a
Ivica la relación con Emilia termina por hacerle superar el pavor. La mujer,
“había hecho de mí un hombre que ya no tiene miedo al piso de la Calle de
Sida Koŝutić, número 6, tercer piso, ella con su serenidad me ayudó a mirar sin
inquietud ni miedo (…) A mí, que acababa de cumplir treinta y cinco años, me
salvó una alumna de bachillerato”.[10]
Identidad y
desarraigo
Es Qué bien, qué bonito la historia de una
búsqueda, la de la identidad, y la crónica de un intento: el de arraigar en un
ambiente hostil en donde el individuo se encuentra permanentemente desplazado.
Resulta significativo que Ivica elija para colocar en una plaquita en la puerta
de su domicilio, ante la insistencia del vendedor, el nombre de Angelina Jolie. En el largo camino de la
búsqueda de identidad, y de echar raíces en la ciudad, el protagonista se
encuentra muy alejado de sentirse poseedor de un lugar en donde cobijarse y le
incomoda hasta su propio nombre[11]. La
elección de la actriz no es una cuestión baladí que, no exenta de ironía,
remarca la necesidad que esta sociedad tiene de identificarse con los
personajes del papel couché, del
cine, o con aquellos que protagonizan el masaje mediático.
Este
principio del personaje, completamente anulado, recuerda al Jacques Austerlitz
de Sebald, y en su incapacidad de comunicarse establece un hilo directo con el
ex portero de fútbol Bloch de El miedo
del portero al penalti (Frankfurt, 1970), la novela de Peter Handke en
donde la incapacidad de expiación de las culpas arrastra al personaje a una
completa incomunicación. Ivica, siguiendo esta tradicional alienación del
hombre moderno, confiesa que
“Yo no hablo, todo se ha desarrollado demasiado deprisa para mí,
ralentizado por la cerveza Ožujsko. Tenía la cabeza llena de cosas, ahora se me
ha quedado sólo el deseo interrumpido repentinamente y esa sensación, la
sensación de beatitud y calidez se ha ido de las articulaciones directamente a
la cabeza, convirtiéndose en sólo unos segundos en incomodidad y desencanto. Me
fui sin saber qué hacer con las manos, qué hacer conmigo mismo”.[12]
Ese
malestar, que ya no encuentra paliativo ni en la borrachera, convierte a Ivica
en un extranjero de sí mismo al estilo del Mersault de Camus, quien acaba
matando a un hombre en la playa quizás porque hacía mucho calor… o en el propio
ex portero de Hanke, que tampoco sabía muy bien lo que hacer con las manos y
terminó por emplearlas para estrangular a la cajera de un cine. La situación
exige una nueva reinterpretación de la agresiva realidad, y lo que en Handke es
una mirada bajo el prisma de la Nueva
Subjetividad, o en Camus una reflexión en clave existencial, en Prtenjača
se convierte en introspección, en el diálogo del personaje consigo mismo y con
sus reflexiones, único interlocutor válido a lo largo de la novela: “No sé qué hacer conmigo”[13], concluye.
A tal
respecto, la percepción de la realidad de Ivica me recuerda mucho a la del
portero Bloch. Ambos, Ivica y Bloch, son personajes desarraigados, víctimas de
una crisis existencial, ubicados en una situación transitoria y que deambulan
por el texto como autómatas, como sonámbulos de aquí para allá, expiando así
esa culpa cuyo origen se determina en el pecado original del tiempo que les ha
tocado protagonizar: los siglos XX y XXI, siglos del nazismo y de la Segunda
Guerra Mundial, siglos del comunismo y de los totalitarismos que, tras su paso,
sume a esos personajes en el desarraigo. Los personajes deambulan por las calles
de las ciudades, vagan por el campo y el
extrarradio con absoluta abulia pero, a la vez, angustiados, como si no fuera
posible actuar de otra manera. El retrato de Peter Handke sobre los estados de
angustia del ex portero de fútbol Bloch, las vivencias del protagonista de la
novela, son sucesos que ocurren, que van desfilando delante de sus ojos
atónitos y embobados, como en diferentes planos: viajes, recuerdos de su vida
deportiva, reyertas, los crímenes, esa huida desganada y como congelada, como
colgada de sus espaldas; ante estos sucesos, la actitud de Bloch, al igual que
la de Ivica, es la de un distanciamiento, como si fuera un mero espectador ante
lo que le ocurre y, lo que le ocurre, no pueda evitarse bajo ningún concepto. Gracias
a la Neue Subjektivität de Handke el
sujeto literario tomará conciencia de su yo interior y lo verbalizará en una
reinterpretación agorafóbica de la realidad en la que todo asusta, donde los
planos son angulosos y esos ángulos, que hieren, provocan el comportamiento de
sonámbulo. La realidad, la información que Bloch obtiene de esa realidad,
aparece como algo extraño, y este es el proceso vivido por Ivica y que nos
presenta Prtenjača en su obra.
Pero si en
Camus y en Handke el asesinato es la consecuencia de la extrañeza hostil, o en
Sebald el resultado se traduce en un continuo vagar desarraigado de Jacques
Austerlitz como un remedo del judío errante, en Prtenjača, y en eso se
diferencia de sus compañeros de generación[14], se atisba
una salida; y la salida se llama Emilia que, al igual que la mujer del cuadro
en De sobremesa, como la Beatriz
dantiana o la Laura petrarquista, tomaran de la mano al antihéroe y lo
arrojaran a la luz completamente rehabilitado.
[1] Prtenjača, citado en “Geografía
del escritor y la ciudad (Notas de lectura sobre Qué bien, qué bonito)”, Francisco Javier Juez Gálvez, en Qué
bien, qué bonito, Baile del Sol, Tenerife, 2012, p.7.
[2] Muy distinta es, por ejemplo, la
novela Casa del Partido (Sofía, 2006)
del búlgaro Georgi Ténev, compañero generacional del croata, y aunque comparte
algunos elementos comunes con Prtenjača en
su enfoque que mira al interior personal del drama vivido por el protagonista,
no puede dejar de enmarcar la obra en uno de los asuntos terribles de la
historia del país: el comunismo y sus desmanes (con Chernobil como uno de los
grandes crímenes) y la quiebra que representa. La novela también ha sido
publicada por Baile del Sol en su colección DELESTE, nº 5, y con traducción de
Francisco Javier Juez Gálvez.
[3] De hecho, como uno más de los
recursos que no deben faltar en la autoficción, el autor aparece inmerso en la
propia obra como autor de libros de poesía, recurso metalitario tan característico de este
tipo de metaficción.
[4] El autor ha trabajado como
lector de contadores de agua, cobrador del gas, heladero, obrero de la
construcción…y el protagonista de la novela, entre otras ocupaciones, ha sido
montador en una cadena de juguetería.
[5] Qué bien, qué bonito, página 105.
[6]
Qué bien, qué bonito,
páginas 14-15.
[7] El animal se enzarza en un baile
idiota con una puerta automática de un café, ante la hilaridad de los
presentes. Qué bien, qué bonito,
páginas 136-137.
[8] Qué bien, qué bonito, página 13.
[9] “Me apresuré al trabajo, hundí las manos más profundamente en los
bolsillos, torcí la cabeza a un lado, desde el escaparate me observan muñecas
de plástico vestidas con abrigos de piel, se levanta algo de aire y vuela la
basura por la plaza por la que paso” (página 18).
[10] Qué bien, qué bonito, páginas 135-136.
[11] Qué bien, qué bonito, página 28.
[12] Qué bien, qué bonito, página 34.
[13] Qué bien, qué bonito, página 53.
[14] Tal y como nos advierte el
traductor, Francisco Javier Juez Gálvez, en su prólogo al texto: “Una característica distintiva de la primera,
y por el momento, única novela de Ivica Prtenjača, es discernible ya desde
el propio título: Qué bien, qué bonito. Éste es un rasgo que lo distingue de
otros, quizá la mayoría, de los narradores contemporáneos croatas: el optimismo
de su aproximación a la novela, frente al sombrío pesimismo de sus colegas”, (página 8). En un momento determinado, el
protagonista se sincera consigo mismo mentando lo que podría ser el leitmotiv de la obra: “La mejor manera de no llorar es reír, hace
tiempo que me lo he explicado” (página 73).
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