domingo, 4 de agosto de 2013

No me preguntes cómo pasa el tiempo. Poesía II (1964-1972)-José Emilio Pacheco


METAPACHECO


Uno de los temas fundamentales de Pacheco es el paso del tiempo y ese misterio que existe en lo irrecuperable de lo ya vivido, sin embargo, lo que a mí más me ha llamado la atención dentro de esta poética, es el marcado elemento metatextual, presente a lo largo de una gran mayoría de poemas. Pacheco entabla, así, un diálogo con multitud de obras que aparecen, muchas veces, como versos integrados en sus propios poemas.
Además de la imponente presencia de Li Po, poeta preferido de Bukowski y que conozco, precisamente, por sus apariciones en los poemarios del norteamericano, en Pacheco hay un poderoso rastro de clásicos como Garcilaso, Quevedo, Manrique, y de otros más actuales como Darío, Cardenal y Pessoa, junto a otros escritores tan dispares como Joyce, Ortega o Goethe. Dentro de la intención metatextual y metaliteraria destacaría un doble aspecto: la referencia a Pessoa y la continua obsesión por abordar, preguntarse, y tal vez, ¿descubrir?, la función de la poesía. La relación con el portugués aparece en ese sabroso guiño al juego de heterónimos que empleaba Pessoa y en los que Pacheco también opta por reencarnarse: Julián Hernández será uno y Fernando Tejada, el otro, de quienes elabora incluso unas interesantes biografías al estilo de ejercicios de erudición fantástica borgiana, no exentos de trampantojos: se dice que Tejada es continuador, en cierto modo, de la obra de Hernández, y se asegura que de Hernández nos ha quedado un retrato realizado por Torres Campalans, esa enorme impostura literaria producto de Max Aub, al cual, por cierto, también menciona.
Así, serán los poemas escritos bajo ambos heterónimos los que muestran con mayor decisión el juego metaficcional de Pacheco, en los que se vierten las preocupaciones más acuciantes sobre esa función poética, alcanzándose conclusiones muy útiles para la comprensión de Pacheco: la poesía envejece, es un ser vivo que acusa el paso del tiempo y que funciona como recuerdo. Todo, en la literatura, en la poesía, es susceptible de ser falso, son “Falsos Testimonios” que levanta el poeta, la voz del poeta, el yo lírico, el narrador...
Un conjunto de mentiras que son tales porque se cimientan en la inexactitud de los recuerdos, y los recuerdos están enfermos del paso del tiempo. La poesía es un ejercicio complicado: “la poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento”, nos dice Pacheco en “Dichterliebe”, y es “una enfermedad de la conciencia”. El poeta, aquejado de este mal sin remedio, es como un paciente Job (en “Job 18,2”) que con sus poemas, que pule y repule, busca “hacer que brote el agua en el desierto”, pero hay una certeza inquebrantable, el pasado es completamente irrecuperable (“Those where the days”) aunque se recurra a heterónimos, epigramas, escolios o retruécanos.
En ese proceso de diálogo con la literatura y las obras, quizás el intento más acertado para poder recuperar ese pasado irrecuperable, Pacheco se llega a preguntar, no exento de humor, si las “asociaciones metafóricas” que se crean en la mente del poeta ante determinados estímulos (la orilla del mar) no son nada más que “falaces citas literarias” (en “La experiencia vivida”). Y si esto fuera así, aunque se empobreciera nuestra poesía, sería la demostración de que se transporta en el interior un bagaje de siglos y, me pregunto, si acaso, ¿eso no sería una forma de recuperar el tiempo mediante el recuerdo automático de asociaciones líricas que ya hicieron otros poetas en otros momentos?
“La poesía es la sombra de la memoria/pero será materia del olvido”… demoledora sentencia, pero no todo está perdido, porque los tres versos finales del libro advierten de eternidad:
“y seguiremos/en la carne y la sangre/de los que lleguen”.
Y cabe preguntarse: ¿a través o gracias a los poemas, a la poesía, a los versos?

Metaliterario y metapacheco cargado de intertextualidad, de guiños a sabrosas lecturas con retrogustos de salsa literaria porque estos poemas son como un bacalao, como un guiso de bacalao, que descubren otros sabores a poemas debajo de cada textura, de cada heterónimo pessoiano.

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