jueves, 30 de agosto de 2012

Divorcio en Buda-Sándor Márai



LAS VIRTUDES DE LA LENTITUD AUSTROHÚNGARA

Divorcio en Buda, de Sándor Márai, parece ya ser una novela conocida por el gran público, y el autor húngaro un clásico de las superventas, desde que fue redescubierto, allá por febrero de 1989, cuando en unas oficinas de París el editor y escritor italiano Roberto Calasso halló, en el transcurso de una reunión editorial, un catálogo en donde se ofrecían viejos volúmenes de literatura centroeuropea traducidos al francés entre el 1946 y el 1950. Con un instinto fuera de lo común, Calasso canceló la reunión y encargó con urgencia todos los títulos del catálogo que pertenecían a un desconocido novelista húngaro, y se dedicó a leerlos en su habitación de hotel: se trataba de un hombre que, enfermo y cansado, hacía bien poco se había suicidado en San Diego. Se trataba de Sándor Márai. Meses después, en la Feria de Frankfurt, Calasso se reunió en una cena con seis colegas europeos y dedicó las dos horas siguientes a convencerlos de que se sumaran al proyecto que se proponía llevar a cabo desde la editorial Adelphi: reeditar la obra de Sándor Márai, empezando por el fulgurante éxito de El último encuentro, cuya reedición fue ensalzada por la crítica y elegido como libro del año 2001 en Italia, Francia, España, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Brasil (con ventas que superaron los cien mil ejemplares en cada país). La actual editora de Márai en España no lo conocía de nada cuando recibió el manuscrito de El último encuentro, en las navidades de 1999, recomendado por Calasso. El mismo día de Reyes decidió incluirlo entre las novedades de la temporada, iniciando una cadena de éxitos editoriales. De El último encuentro, en España se han vendido más de 200.000 ejemplares.  Así, el boom de la literatura húngara en España se había iniciado de la mano de El último encuentro y de Sándor Márai, de quien muy pronto aparecerían las exitosas Divorcio en Buda y La decisión de Esther. Después  ha ido llegado todo un lanzamiento de otros autores húngaros, como Kostolányi o Bánffy, que en algunos casos superan ampliamente la calidad y buen hacer literario del propio Márai.

Entonces, ¿qué nos encontramos en el Márai de la notabilísima Divorcio en Buda? Desde sus páginas, de una prosa cuidadísima (no debemos restar mérito a quién lo tiene, la que fue su traductora Judith Xantus, fallecida en 2003) se eleva un texto con la pátina del Imperio Austrohúngaro pero, por una vez, sin componentes negativos. Es decadente, en efecto, pero una decadencia placentera y enfermiza que proporciona unas cotas de belleza literaria incontestables. Lo polvoriento, los anaqueles detenidos en el tiempo, los suelos crujientes y barnizados, todo un imaginario cargado de humo de tabaco y lentas reflexiones escritas en el tiempo interior de los personajes, como si ellos supieran qué cercanas están ya las últimas horas del Imperio y se deleitaran con voluptuosidad en discurrir por ellas pensando, conversando, confesándose, varados en un tiempo junto al Danubio que para ellos parece correr a otro ritmo.

Esa sensación de lentitud, ese ritmo austrohúngaro que se devora a sí mismo, es una de las grandes virtudes de Márai. Es un joyero de las palabras, las engarza con paciencia, de forma pausada y calmada, para incorporarlas a un torrente narrativo de pasiones y tensiones que nunca termina por desbordarse, represado en una estructura impecable y un tiempo de la historia que parece deslizarse, gota a gota susurrada en los oídos del lector. Es una lección de literatura con mayúsculas. Es una lección de literatura imperial.

Pero hay drama, obviamente, y hay unos personajes que nos cuentan sus sufrimientos, sus destinos, cómo sus vidas se han visto marcadas por las decisiones que tomaron, no muy acertadas, como si hubieran sido castigados desde un primer instante. Y hay tristeza, una tristeza como la que emana de Budapest, de esa ciudad de puentes y bastiones, de mármoles y avenidas, una tristeza propia de personajes que están viviendo un drama en el corazón de un imperio que agoniza, entre los estertores de una era que se acaba y de la que forman parte, incluso sin ser capaces de comprender lo que eso significa.

Márai pone en pie un monumento literario a la escritura de los segunderos, de los minuteros, en la que mientras se lee, puede escucharse el tic-tac de los carillones y se es consciente de cómo el paso del tiempo literario nos va moldeando por dentro hasta convertirnos en parte de la historia.

Orfebrería narrativa: la estructura de la novela, los discursos de los personajes, todo ello engarzado en una obra que hace de la lentitud y de la reflexión un relámpago en la imaginación del lector, transportado a la velocidad de la luz al drama a orillas de una ciudad que nunca resultó tan magnética como en esta ocasión. Un texto ejemplar de la forma en que se debería escribir. 


viernes, 24 de agosto de 2012

El cerco-Ismaíl Kadaré




DIORAMA DE LO REAL MARAVILLOSO BALCÁNICO

Es El Cerco, también conocida como Los Tambores de la Lluvia, la cuarta novela del albanés Ismaíl Kadaré. En ella, el escritor hace un ejercicio de miniaturista, aproxima su lupa y la mirada al ejército del bajá que asedia una fortaleza obstinada en defenderse invocando a su mito, el Castriota, el legendario Skanderbeg, creando un diorama en el que aparece reflejado hasta el menor detalle del monumental ejército otomano desplegado a muros de la ciudad sitiada.

Todos tienen cabida y todos son observados entre la marea monumental de soldadesca, intendencia, oficialidad… así, la narración se personaliza, primero de todo, en las interioridades del bajá, en su preocupación, en sus reflexiones sobre el éxito y el fracaso militar, unidos a los destinos de la política y extensivos a todos los aspectos de la vida. A su lado, aparecen los personajes secundarios de las guerras con tratamiento de figuras estelares: un cronista, un poeta, un soldado, las mujeres del harén… en un texto minucioso y miniaturizado, preciso y cuidado en cada pormenor: Kadaré demuestra ser un experto en formas de asedio, en tácticas de guerra otomana, en la forma en cómo se dirigían y la manera en que funcionaban los ejércitos, en balística, en armamentos…  Un despliegue de conocimientos y una puesta en escena tan deslumbrante como abrumadora y, no por ello, menos entretenida.

El cerco es una narración fascinante de principio a final, salpicada con las reflexiones individuales de los miembros que conforman ese enorme ser vivo que es el ejército sitiador, y que tampoco olvida el punto de vista, angustioso, de los sitiados. Con delicadeza, puliendo cada capítulo, cada pasaje, los hombres ríen, se emborrachan, lloran, son enviados a la muerte, sufren atroces destinos, en una enconada tarea de acoso que enfrenta a dos concepciones radicalmente diferentes de la vida: el mundo cristiano y el mundo musulmán, cada uno con sus peculiares formas de resistencia, de ataque, de padecimiento. Cada uno con sus peculiares elaboraciones de los mitos propios, de las interpretaciones de la muerte, de la gloria, del honor y de la derrota.

Este mosaico impresionante es una especie de tablero de ajedrez literario en donde en lugar de alfiles hay zapadores, en vez de reyes existen grandes bajás y en lugar de peones se yerguen los altivos jenízaros, los prudentes arquitectos, los calculadores fundidores de cañones, junto a maldecidores, intérpretes de las estrellas y de los agüeros, contemplados, desde las almenas, por los fervientes creyentes. Una mezcolanza que sirve caldo de cultivo para conformar una novela sustentada en el mito (la resistencia de la fortaleza Krujë, por ejemplo, la figura del propio Skanderbeg, el coraje albanés) que nos llega ahora en una versión completada y que incluye aquellas partes (las relacionadas con la religión y el sexo, fundamentalmente) que Kadaré se vio obligado a recortar en su momento a causa de la censura -1970-.

La puesta en escena es prodigiosa y producto del torrente narrativo que a todo alcanza, a todo atiende, que no pasa un detalle por alto, por mínimo y nimio que sea, se asienta en un estilo directo y duro, sin concesiones, con alguna gota de lirismo en escenas inolvidables como las del caballo sediento o la agonía de los zapadores en el derrumbe de los túneles, todo ello con un estilo polvoriento y acalorado, que deja al lector impregnado del fuego de los cañones, del hierro de las espadas y con la sensación de haber asistido a un espectáculo literario de primera magnitud, cómodamente sentado en una butaca de primera fila.

Prosa abrasada de calor y de sed, prosa con olor a brea y a carne quemada, épica, que recuerda a Troya y a las grandes gestas bélicas. Texto con sabor a novela épica, histórica, pero también con un halo de cierto elemento que se podría bautizar como lo real maravilloso balcánico.


martes, 21 de agosto de 2012

La broma-Milan Kundera


CRUELDAD INTOLERABLE


Es La broma, primera novela de Milan Kundera, un texto cruel, una historia devastada, terrible y dura.

Siempre vuelvo a Kundera, y he releído esta su ópera prima con mayor percepción de todo el odio y la furia que contiene, con esa percepción del odio y del aborrecimiento con el que, también a mí, me ha dotado el paso del tiempo: lo mismo que le ocurre a Ludvik, el protagonista, y realmente lo que le sucede a todos los personajes de este libro y, en general, a todos los personajes de Kundera en el resto de sus novelas; porque además de una buena novela, La broma se percibe como un ensayo general de tipos decepcionados y rabiosos, lo que será, finalmente, La insoportable levedad del ser.

Impera la crueldad, campa por todas y cada una de las páginas, de los párrafos y de las líneas de Kundera, que es un novelista, un retratista de la enorme crueldad que albergan las relaciones humanas, tan odiosas. La venganza, el recuerdo y la tiranía de los recuerdos, la justicia y la injusticia, los sentimientos egoístas que regulan las relaciones entre las personas, esos sentimientos que las acaban destruyendo, son los materiales que utiliza, se puede decir que analiza, el novelista. Y la gran broma de la Historia, que lo preside todo con un tono de burla descarnado.

Una broma a destiempo, en el peor de los tiempos, condena a Ludvik a una vida terrible: se ha mofado del sistema que impone esa felicidad obligatoria –esa que luego también condenará el novelista Norman Manea en la Rumania de Ceauşescu- y se ha mofado mentando a Trotski. Algo tan trivial se convierte en su destino: Ludvik será borrado del Partido Comunista, despedido de su puesto en la Universidad, integrado en una unidad militar de renegados como amenaza sociales, obligado a trabajar en las minas… siempre con la idea de la venganza –una venganza- sobre aquél que con su voto, su proposición, su brazo elevado, lo eliminó de la sociedad. Y esa venganza será sexual.

La sexualidad, las relaciones sexuales, la dimensión que toma la posesión y el coito en sí mismo (otro de los temas recurrentes de Kundera) y la significación que este acto posee y cómo se integra en la vida de cada uno como una pieza de un puzle, le permite al autor elaborar toda una serie de variantes relacionadas con ello: el sexo como condena, como venganza, el sexo redentor, el sexo como liberación (aunque en este texto, todavía, no se presenta claramente el asunto sexual como una vía de escape al totalitarismo al estilo de lo que plantea Esterházy en su Pequeña pornografía húngara).

Es La broma una novela cruel, brutal, como brutal y cruel es la sociedad de la que emana, el sistema que forjó hombres brutales y crueles engañados con promesas de paraísos y que vivían en el infierno. Kundera estira las naturalezas de sus personajes como si fueran de goma, da alguna vuelta de tuerca ciertamente insostenible, apuntaladas en esa serendipia, en ese cosmos de casualidades y causalidades que serán tan recurrentes en sus obras posteriores. Las vidas de los condenados al odio (no son más que eso los personajes de La broma, legión de condenados a odiar y odiarse) se entrelazan con guiños más o menos ocurrentes, algo cansados y forzados a veces, todo ello tamizado de ciertas reflexiones plomizas sobre la música popular o las tradiciones moravas que, después, un Kundera mucho más sobrio y certero en sus reflexiones, irá aliviando y podando en el resto de sus textos.

La broma es el primer ladrillo de una obra, de una construcción literaria que realizará Kundera, de un monumento a lo terrible del hombre cuando se comporta como tal: como hombre.

Es, entonces, con salvaje despliegue de odios, resentimientos, envidias y venganzas, de miserias sexuales y humillaciones, cuando se muestra en todo su esplendor el hombre y, por supuesto, también el novelista.

La obra es un adelanto de una teoría general de las relaciones humanas que tan sólo resulta aquí apuntada. Un discurso amargo, desengañado, ahíto de venganzas mal acabadas y de frustraciones. Un compendio de humillaciones que refleja toda la bajeza del hombre y la infamia de todo un sistema político e histórico. 


sábado, 4 de agosto de 2012

El General del Ejército muerto-Ismaíl Kadaré



EL ALFA DEL CRONOTOPO KADARIANO


Acabo de leer otra vez El General del Ejército muerto, del escritor albanés Ismaíl Kadaré, y la relectura ha sido enormemente satisfactoria. En esta su primera novela –de 1963- ya se pueden encontrar todos y cada uno de los elementos que el autor mezclará, de forma magnífica, en el resto de sus obras. Es un compendio de, al menos, tres elementos definitorios de su novelística: el tiempo atmosférico kadariano, el cronotopo kadariano y los personajes alucinados.

En primer lugar, sorprende lo excepcional de la ambientalidad en la que se enmarcan los sucesos: el clima que nos presenta Kadaré es el clima de una Albania fría, lluviosa, desapacible, nubosa, un tiempo borrascoso. Muchas veces, después, a lo largo de diferentes declaraciones y reflexiones sobre su obra, preguntado acerca de este motivo de presentar un clima helado y hostil en un país de climatología mediterránea, el autor ha manifestado que eso corresponde a una toma de posición: el clima de sus novelas es un tiempo de resistencia, por así llamarlo, que viene a demostrar que en Albania las cosas son desapacibles, plomizas y desagradables, que la gente vive sumida en ese ambiente a través de una climatología que presenta a modo de denuncia. En el resto de sus novelas, Albania aparecerá muchas más veces gélida y ventosa, nevada y turbulenta, asimilándose en este caso una peculiar falacia antropomórfica en donde no es el estado interior del personaje el que se refleja en la naturaleza, sino el ánimo completo de un país, su totalidad: Albania reflejada en su climatología.

El cronotopo kadariano que se desarrolla en El General del Ejército muerto y que, desde el texto, se despliega al resto de sus novelas, aúna un espacio plagado de referencias míticas y mitológicas junto a un tiempo lento y confuso y que muchas veces permuta en onírico. Es habitual que los espacios de montañas y llanuras albanesas se carguen de un contenido heroico, de fábula excavada y extraída de la conciencia más profunda de lo popular, y que los personajes kadareanos se inserten en este mundo a caballo entre realidad y semipercepción, como si asistieran a una alucinación. Es costoso, a veces, para el General, distinguir los sucesos, y duda entre si percibe realidades o sueños; de igual manera le sucede al cura, asaltado por pesadillas, circunstancias que sumergen a estos personajes (será una característica posterior de los demás protagonistas de Kadaré) en un comportamiento de automatismo, desfilando por una realidad que no lo parece, con movimientos alucinados y no del todo conscientes, incluso sorprendidos ante el paso del tiempo.

Las leyendas de la tierra, las tradiciones albanesas, las leyes del antiguo código, del derecho, las tradiciones folclóricas, todas ellas sirven para que al ser contempladas por los dos enviados italianos, el General y el cura, al aparecer tamizadas y matizadas ante la peculiar y particular visión del otro, provoquen reflexiones sobre el belicismo irreparable, la brutalidad, el carácter violento de las gentes de Albania, y el posible destino del pueblo. La novela alberga, además, otra de las tradicionales críticas de Kadaré al sistema totalitario de Hoxha: en ningún momento, en una novela escrita en el periodo de mayor dureza del estalinismo albanés, se hace mención al Partido Comunista y, ni mucho menos, el texto es un compendio de realismo socialista ni dogmas por el estilo.

Es el primer texto de Kadaré todo un brillante compendio de lo que vendrá después, pero no a modo de ensayo general. Engarzada con maestría, en ese tono narrativo áspero, crujiente y rugoso del albanés, la novela ya es una de las mejores de su autor. Sin embargo, y a diferencia de las primeras publicaciones de Hesse o Grass, que a duras penas ya pudieron superar después (si es que lo consiguieron en algún caso), en Kadaré la primera novela, dentro de su excepcionalidad, es tan sólo la puerta a una obra que iguala el texto del debut cuando no, en muchas ocasiones, lo supera. Y eso es lo que de verdad impresiona de este escritor, que sepa mantener y elevar en sus futuros textos lo realizado aquí, en una novela tan redonda y bien construida como es esta su ópera prima.         

Una  novela que será el compendio de futuros textos aún más brillantes, con esa prosa dura con el rigor de la muerte de los cadáveres desenterrados, con el olor a la tierra mojada, a las pellas de barro de los túmulos removidos. Y la valentía de su autor por escribir así, de esa manera, en el corazón del régimen; después vendrán un puñado de obras maestras. Sin ellas, este General del Ejército muerto ya sería un texto fuera de serie, pero es que, por dificultoso que parezca, narraciones posteriores demostrarán que es la primera novela de un mago de la literatura universal.