lunes, 14 de mayo de 2012

Casa del Partido -Georgi Ténev-




Título: Casa del Partido.
Autor: Georgi TÉNEV.
Traducción, prólogo y notas: Francisco Javier JUEZ GÁLVEZ.
Ediciones Baile del Sol, Colección DelEste/5
Tegueste (Tenerife) 2010.
148 páginas.
P.V.P.: 12 euros.


LOS PECADOS DE LOS PADRES

Era Günter Grass quién advertía, allá por los años cincuenta, que un día, en Alemania, los padres tendrían que afrontar el momento en que se vieran obligados a dar explicaciones sobre la barbarie del nazismo, a responder ante las preguntas de sus hijos, a intentar hacerles comprender cómo fue posible lo que parecía imposible y, sobre todo, por qué y cómo pudieron permitirlo. Valga esta afirmación, pedir cuentas de las atrocidades de sus mayores por parte de todo un grupo de jóvenes, para la novela generacional del búlgaro Georgi Ténev (Sofía, 1969). Porque Casa del Partido es, fundamentalmente, eso: una exigencia de explicaciones por parte de quienes nacieron a finales de los años sesenta, que soportaron los últimos veinte años de comunismo, el desastre de Chernóbyl’ y la caída del muro; una caída que dejó la convicción de un pasado sin sentido, de un presente caótico y de un futuro repleto de incógnitas, y que necesitan que alguien les justifique los motivos de tantos sufrimientos y desmanes.
Es la obra de Ténev un réquiem preñado de preguntas por el sistema comunista: un sistema que sojuzgó a Bulgaria durante cuarenta y seis años hasta convertirla prácticamente en una República Soviética más o, como magistralmente la define el autor, una república tomatera (en contraposición a la tan latina y derechista república bananera) en su condición de marioneta de la URSS. Un réquiem, en efecto, personalizado en la figura decadente y moribunda del ex Número Uno del Partido, un tal K…shev, que podría ser espejo de cualquiera de los altos mandatarios del Partido, Dimitrov o Zhívkov, por ejemplo. El gerifalte padece un cáncer, por sus venas corre una sangre infectada, maligna, que se pudre, corrompida como todo el régimen derrotado, que, a través del personaje enfermo e incurable, Ténev pretende equiparar con el sistema comunista.
La novela, de construcción y estructura evidentemente posmodernas, se centra en un par de sucesos temporales sobre los cuales gravita: el desastre de la central nuclear de Chernóbyl’, acaecido en 1986, y el incendio de la Casa del Partido de Sofía, en 1989. Este segundo gancho temporal se diluye rápidamente en el interior de la novela y tan sólo sirve para dar armazón a una intrincada, por momentos confusa, historia del robo del dinero de la caja del Partido por parte del propio K…shev.
Será la catástrofe nuclear la que articule buena parte de la narración porque posee, además, una triple lectura: Ténev la utiliza como imagen y metáfora del fracaso de todo el sistema comunista, un sistema que les explotó en las manos; también como una situación de terror añadido al terror, una suerte de palimpsesto de horrores donde a las penurias del comunismo se le superponen y suman las revisiones médicas y las evacuaciones sin información a la población, una situación de pánico devastador sin respuestas oficiales; y, por último, el accidente de Chernóbyl’ es el reflejo de una ideología y una forma de vida infecciosa que echó a perder a varias generaciones de búlgaros, cuyo mal aún lo alberga en su interior la juventud que representa el protagonista.
Dentro de ese intento innovador de la narrativa, Ténev elige una construcción polifónica, llamarla composición coral quizá sería demasiado, puesto que apenas se identifican cuatro o cinco voces (el protagonista, K…shev, la hija de K…shev y algún que otro personaje más, muy diluido), junto a una serie de referencias complementarias como son las letras de canciones, estrofas de poemas, versos insertados en el discurso y modificados al gusto del autor, y un vaivén temporal y fragmentario que no siempre consigue su objetivo.
El artefacto literario compuesto por Ténev no es desdeñable, ni mucho menos carente de interés y de mérito, pero acusa algunos problemas estructurales que no ayudan al lector, inmerso en una composición narrativa que complica gratuitamente el argumento, simple ya de por sí, y que acaba por despistar, cuando no por cansar. El principal problema radica en la elección del multiperspectivismo, del polifonismo, de las voces que presentan prismas de la historia y que suenan todas como la misma voz del narrador, con lo que el recurso de la variedad de puntos de vista queda reducido a un truco fallido. La inserción de las tarifas del crematorio de Hamburgo, la inscripción de una lápida sepulcral, al estilo del collage literario, son técnicas algo manidas (podemos remontarnos a John Dos Passos o a Alfred Döblin), que no justifican de por sí la fragmentación y el multiperspectivismo como algo propiamente posmodernista. A esto hay que añadir que lo repetitivo de la trama y las situaciones sufren una acusada pérdida de fuelle a mitad de la novela, un texto que, además, deriva con facilidad al disparate (con el giro del turista espacial y la absurda trama del maletín con el dinero). Sin embargo, junto a estos problemas, Ténev alterna momentos brillantes.
Entre esos grandes hallazgos literarios cabe destacar el epígrafe, apartado o capítulo, llámese como se quiera, titulado Mausoleo, donde el rito funerario, el culto al cadáver del prominente líder embalsamado, que se corrompe bajo afeites y perfumes, es la radiografía implacable de lo que fue el régimen búlgaro: un muerto andante, un zombi dirigido y devorado por la ideología impuesta por la Gran Madre soviética. Como hasta en eso también existe un sentimiento de culpa, el de ser menos que la referencia grandilocuente de la URSS, el cuerpo embalsamado del líder búlgaro se corrompe y sufre de alopecia, el túmulo es más sórdido, y todo en comparación es peor y más nauseabundo que los embalsamamientos y criptas conmemorativas de los líderes soviéticos. Esta comparación, a nivel cadavérico, posee una riqueza descriptiva olorosa y olfativa, que marca uno de los momentos culminantes de la novela, así como obliga al lector a esbozar una sonrisa helada de incredulidad y de asco. Sólo por este instante, apenas página y media, ya merece la pena leer a Ténev.
Muerte, corrupción, enfermedad, cáncer… todo un repertorio de diagnósticos clínicos relacionados con el Thánatos que no buscan sino asemejarse a esas siglas, a esas palabras clave que articulan el régimen y que resultan vacías y sin vida como esqueletos, como la raspa del pescado: el Komsomol, los pioneros, el estamento militar, el aparataje del propio Partido… Todos ellos serán pertinentemente criticados como formas de reprimir la individualidad forjándola en ideario colectivo, de aplastar a la persona para supeditarla al uniforme dictado político. Y serán formas fracasadas, porque tras décadas de funcionar la maquinaria de aplastamiento, el protagonista de Casa del Partido sigue poseyendo el ansia de formular preguntas a los culpables, un enorme por qué que tal vez sólo encuentra respuesta en la propia muerte y la destrucción sin esperanzas.
No en vano, la novela de Ténev es una novela de totalitarismos de izquierdas y, como tal, es fiel a uno de los principios de este género: el protagonista no triunfa, ni se redime. Queda, como mal menor, diluido o aplastado por la poderosa prensa del régimen, contra el cual no se puede luchar, aunque no exista ya. Porque su recuerdo, su herencia radiactiva y cancerígena, sigue siendo incurable.
Una cosa más: la traducción de Francisco Javier Juez me ha parecido de verdad notable. Pertinente, eficaz y, sobre todo, literaria. Está muy bien. Yo no se búlgaro, así que sólo me baso en que la traducción mantiene un estilo literario y personal del autor, y novelístico, de manera que me ha parecido estar leyendo al autor en su lengua original, ya que nada chirriaba. Chapeau!

Aún con evidentes imperfecciones, un libro sin duda interesante, enfermo de radioactividad y comunismo, de ideologías asesinas y periclitadas, que retrata la herencia de la maldad de los hombres en un baile post posmoderno de gran intención.


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